En la Iglesia celebramos hoy, 2 de noviembre, la conmemoración de los fieles difuntos. La Iglesia, como buena Madre, ha celebrado el día 1 a sus hijos que han llegado a la Jerusalén celestial. Hoy pide por todos sus hijos que han muerto en el Señor y necesitan de purificación para entrar en la Gloria.
A todos nos preocupa la muerte, sin embargo, para los cristianos no debe ser motivo de angustia y desesperación. A través de la muerte, el hombre consigue llegar a su fin último que es volver a Dios de quien procede. Sabemos que un día vamos a resucitar con Cristo, pero para esto es necesario "dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2Co 5,8).
La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están sometidas al tiempo, en el cual cambiamos, envejecemos y, como todo ser vivo, tenemos un término, que es la muerte. Ante esta realidad, debemos pensar que contamos con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida y vivir de acuerdo a la voluntad de Dios.
La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están sometidas al tiempo, en el cual cambiamos, envejecemos y, como todo ser vivo, tenemos un término, que es la muerte. Ante esta realidad, debemos pensar que contamos con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida y vivir de acuerdo a la voluntad de Dios.
En la muerte, el justo se encuentra con Dios, que lo llama a sí para hacerle partícipe de la vida divina. Pero nadie puede ser recibido en la amistad e intimidad de Dios si antes no se ha purificado de las consecuencias personales de todas sus culpas. La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos, que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia y de Trento.
De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas del Purgatorio, que son una súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los fieles difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
De aquí viene la piadosa costumbre de ofrecer sufragios por las almas del Purgatorio, que son una súplica insistente a Dios para que tenga misericordia de los fieles difuntos, los purifique con el fuego de su caridad y los introduzca en el Reino de la luz y de la vida.
Los sufragios son una expresión cultual de la fe en la Comunión de los Santos. Así, la Iglesia que peregrina, desde los primeros tiempos del cristianismo tuvo profundo conocimiento de esta comunión de todo el Cuerpo Místico de Jesucristo, y así conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos, y ofreció sufragios por ellos, "porque santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (2 Mac 12,46)". Estos sufragios son, en primer lugar, la celebración del sacrificio eucarístico, y después, otras expresiones de piedad como oraciones, limosnas, obras de misericordia e indulgencias aplicadas en favor de las almas de los difuntos.
En nuestra diócesis recordamos de manera particular a todos aquellos hermanos nuestros que fallecieron en los deslaves de San Antonio Palopó, Nahualá, Santa Catarina Ixtahuacán, Tecpán, Santa Apolonia, Panabajal (Comalapa). De forma especial recordamos también a don Francisco Casiá, papá del P. Jorge Luis Casiá, a doña Teresa Cifuentes, mamá del P. Juan Carlos Sochón, a doña Matilde Serech, mamá del P. Fermín Ajtzalán, a la hermana del P. Bartolomé Calel y al P. Vicente Planells, O.C.D., quienes este año partieron a la casa del Padre.
Requiem aeternam dona eis Domine, et lux perpetua luceat eis.
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