Transcribimos
este artículo publicado por Monseñor Gonzalo de Villa el pasado sábado 3 de
agosto en Prensa Libre en la columna "Rerum Novarum". Consideramos de gran enseñanza para seguir meditando.
SE
NOS FUE EL KA
El miércoles
enterrábamos en Sololá a Marcos Bocel Xoquic, más conocido por todos los
sololatecos como el Ka. Murió atropellado por una camioneta. Al morir, tenía 86
años. Ningún sololateco necesita preguntar quién era el Ka. Pero para el resto
de Guatemala quisiera contar brevemente quién era este personaje tan entrañable
y tan emblemático de la ciudad de Sololá.
Hombre sencillo y
pobre, nació con grandes discapacidades físicas. Era sordomudo, con el cuerpo
deforme, con un enorme bulto en la cabeza, del tamaño de un melón. Pudiéramos
decir que la vida lo trató mal, que sus grandes limitaciones físicas hacían de
él un Quasimodo sololateco. Sus limitaciones, sin embargo, no le impidieron ser
un hombre de bien, un hombre honrado y trabajador. Por muchos años tuvo su caja
de lustre y trabajaba como lustrador en el entorno del parque. A pesar de las
obvias dificultades para comunicarse, era hombre sociable, cortés y querido,
porque era hombre de respeto, de principios y de virtudes acrisoladas. Honrado
y piadoso, nunca le recriminó a Dios por las graves carencias que lo limitaban
y hacían sufrir. Por el contrario, fue hombre religioso y espiritual, cercano a
la Iglesia, enamorado de sus estampas y de una gran cruz que cargaba al pecho.
Llevó durante toda la vida, sin quejarse, una gran cruz encima, con la sonrisa
en los labios y con la amabilidad del que se sabía hombre de bien. Si su cuerpo
era deforme, podemos asegurar sin temor a equivocarnos que su alma era limpia y
hermosa como pocas.
Tenía muchos conocidos,
pero tenía también muchos amigos, hasta el punto de que su semana se organizaba
en torno a una agenda apretada de visitas a hogares, familias e instituciones
sololatecas. En todos lados era bien recibido por su calidad humana que se
transparentaba en su rostro. Creo que todos queríamos al Ka porque
representaba, en su deformidad, la lección de Dios que él era para el mundo.
Lección de cómo un hombre limitado y casi monstruosamente deforme podía ser un
mensaje vivo de Dios para los demás. Era el mensaje de quien se sobrepone a sus
limitaciones, de quien las acepta y las arrastra con bondad y con naturalidad.
Su rostro y su sonrisa nos hablaban constantemente de su bonhomía, pero también
de su fe en un Dios bueno al que nunca recriminó nada y al que siempre
agradeció todo.
Tuvo una larga vida y
una muerte repentina. Su velorio, extendido por dos días, ha sido probablemente
el más concurrido en muchos años en Sololá. El recuerdo del Ka creo que deja
testimonios imperecederos y nos deja a todos la reflexión de cómo la minusvalía
física es también el lugar donde más densamente se expresa la humanidad y
dónde, además, para quienes tenemos fe, se nos muestra la bondad de Dios y la
oportunidad que Dios nos da de ver, a través de este hermano minusválido
concreto, sus bendiciones para los demás. Sololá así lo ha intuido y por ello Sololá
llora, agradecida, por el largo testimonio de vida de uno de sus hijos más
egregios.
Mons. Gonzalo de Villa