El 28 de julio de 1981 fue asesinado el P. Stanley Rother, párroco de Santiago Atitlán. Se encontraba en la casa parroquial y recién había regresado de Estados Unidos, a donde había ido por la inseguridad que había en Santiago. A pesar del ambiente hostil, regresó a su parroquia porque, como dijo en su momento, el pastor no debe huir.
Han transcurrido 30 años y ayer nos reunimos en Santiago Atitlán para, en primer lugar, pedirle a Dios nuestro Señor por el descanso eterno de su alma. Pero nos reunimos también para agradecerle al Señor por el ejemplo generoso de este hijo suyo, quien como el buen trigo, supo morir a sí mismo y dar fruto.
La Santa Misa fue presidida por Mons. Gonzalo de Villa y concelebraron con él el Nuncio Apostólico, cuatro arzobispos, 4 obispos, dos abades y 40 sacerdotes. La iglesia parroquial estaba repleta de fieles.
El pueblo de Santiago no olvida a su querido párroco, amigo, hermano, que los amó hasta dar la vida por ellos. Lo han expresado en una bella canción de la que copio tres estrofas:
Oh Apla's, Apla's querido
oh Apla´s, Apla's recordado
por eso al sentir el dolor de tu partida
las lágrimas de vivir
gritan oh Apla´s, Apla's querido.
Santiago te lleva siempre
en la noche y en el día
a Dios pedimos con alegría
que tu nombre suene en el cielo.
Y tengamos el anhleo
de volver a verte
adiós, adiós Apla's querido
adiós, adiós Apla's recordado.
El ejemplo de este sacerdote nos interpela a todos los cristianos. Nos anima y empuja a ser generosos y a amar a Dios y a los hermanos de verdad y sin reservas. Nos habla de su sacrificio, nos dice que ese nivel de dar la vida por los demás no se improvisa, más bien se va fraguando en el día a día. El P. Stanley nos da testimonio con su sangre derramada el 28 de julio, pero también nos lo testimonian cada uno de los días que estuvo al frente de su parroquia, en los que supo amar a Dios y a sus hermanos.
Termino citando un párrafo de la homilía que pronunció ayer nuestro obipso, Mons. Gonzalo.
Pedimos a Dios para que el proceso de beatificación del P. Apla's siga su curso y para que la vida de este hombre bueno y sencillo, sacerdote ordinario y ejemplar, alcance su reconocimiento eclesial. Que su corazón, inflamado con profundidad en el de Cristo, siga recordándonos el gran amor de quien se quiso quedar, aún pudiendo haber salido, para no abandonar al pueblo que la Iglesia le confió como pastor y, de ese modo, perdió la vida, para ganarla para siempre.